
No recuerdo cómo llegó a casa, si fue heredado, regalado o comprado. El caso es que cuando llegaba esa época del año en que se ponía de moda todos los chicos del barrio salían a la calle con él. Ya he dicho en alguna ocasión que siempre me parecieron más divertidos los juegos “de chico” y, aunque el monopatín era de mi hermano, una servidora no dudaba en usarlo, aunque eso supusiera pegarse unas cuantas leches y alguna que otra herida en las rodillas. No era nada fácil su manejo pues las ruedas eran muy inestables. Al final siempre acababas sentado en él y tirándote por alguna cuesta medianamente pronunciada.
Por casa también tuvimos otro monopatin que era de madera, no sé si fue antes o después que el Sancheski. Tiempo después, cuando montar en monopatín pasó a denominarse “hacer skate” unas Navidades los Reyes dejaron en casa una tabla mucho más ancha y larga de colores llamativos. Como era de suponer el regalo era también para mi hermano. A mí a lo mejor me dejaron una muñeca patinadora, ya no me acuerdo, porque me seguía gustando mucho más el monopatín de mi hermano. Cosas de niñas…